La sensación que tienes al subir en una montaña rusa es de vértigo, adrenalina, angustia, excitación, vacío… pero confías en que ninguna viga se desprenderá, por lo que bajo tanto miedo se esconde la seguridad.
Serán unos minutos, después ves la foto en el mostrador, te ríes de cuando casi devuelves la comida y te vas. Así funciona.
Ahora imagina que nisiquiera querías subir. De repente estás en un vagón de seguridad cuestionable y antes de que acabes de leer esto, ya estará en marcha, sin posibilidad de retroceso.
Continua ejercitando tu imaginación. ¿Recuerdas las emociones antes mencionadas y esa confianza que te protege? Pues en esta atracción puede que falten tramos. No conoces su recorrido ni su duración. Quien sabe cuántos minutos estarás cayendo al vacío, cuántas vueltas te esperan antes de la recta. Quien sabe si después de ascender, en vez de la bajada te encuentras la nada; un hueco lo suficientemente grande como para colarse tu vagón, y tú con él; y a la mierda la esperanza de que acabase el trayecto, porque te espera el suelo y este no tiene remordimientos a la hora de partirte en dos.
Pienso que eso es lo peor. Pero que no saber cuándo acabará o la impotencia de no haberte sentado por voluntad propia. Lo peor es verte víctima de tantas -demasiadas- emociones y no tener la certeza de que todo está controlado. Porque se puede soltar un tornillo en cualquier momento, o puede que el camino esté mal trazao y seas tú quien acabe mal parada.